4 de septiembre de 2013

Es lo malo de los libros 9

22.
Fui invitado por el Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas, organismo del gobierno español, para dar varios cursos durante una semana en Colombia, Bolivia y Chile: toda una travesía…

En aquella época una hermosa mujer de extraños ojos color amarillo prometió alcanzarme en Santiago para hacer de mi viaje algo inolvidable (y cumplió su palabra)…

Pero antes de eso y tras un pequeño contratiempo en materia de salud, llegué desde Bolivia a Santiago de Chile (el último destino antes de emprender el regreso a mi país), prácticamente en camilla y directo a un hospital donde irónicamente fui dado de alta en pocas horas si se toma en cuenta el estado comatoso en el que ingresé…

Tras una visita a una farmacia para completar la prescripción médica, finalmente arribé al hotel con incertidumbre por mis malestares, sin embargo, la posterior llegada de la esperada belleza hizo que todo el asunto se recompusiera bastante…

Una vez acomodados en suelo chileno nos organizamos de la siguiente manera: mientras yo estaría en el papel de instructor, ella se daría gusto visitando los museos del centro de la ciudad, y dado que el hotel se encontraba ubicado en la céntrica Avenida Bernardo O'Higgins, tendríamos varios puntos céntricos para vernos al medio día para compartir la hora de la comida…

Todo transcurrió sin contratiempos: nos levantábamos temprano, desayunábamos juntos, ella se iba a caminar y yo a dictar cátedra, nos veíamos al medio día durante hora y media para volver después ella a sus andanzas museográficas y yo a terminar mis sesiones académicas… en cuanto se escondía el sol nos poníamos a disfrutar de la noche, conociendo excelentes lugares como el restaurant El Mesón de la Patagonia y el famoso Club de Jazz de Santiago…

El asunto fue que terminó el maratón académico, asistí a una formal entrega de reconocimientos ante los organizadores, recibí un par de exquisitos regalos por parte de la complicada (pero a su vez increíblemente eficiente) Tatiana y cuando volteamos a ella y a mí y nos quedaban dos días libres, mismos que aprovechamos al máximo pese a que era un mes de junio y el invierno había entrado a Chile con intensa lluvia y exagerado frío…

Dentro de nuestras idas y venidas llegamos a un mall (vulgarmente conocido en mexiquito como centro comercial) llamado plaza “El Trébol”, en donde nos metimos a una bellísima librería llamada “Antártica” y pasamos las horas viendo libros y finalmente comprando algunos que resultaron una maravilla, entre ellos uno del polémico Alberto Fuget: no sólo por la desconocida edición sino también por el económico precio… ese mismo día ella me regaló un par de cds que descubrimos en otra tienda y que posteriormente recibieron la tinta de un romántico poema que ella me dedicó…

El asunto es que nuestro último día en la tierra de Salvador Allende yo debía tomar mi avión de regreso a las dos de la madrugada (ella saldría hasta las 8 de la mañana), así que aprovechamos el día y la noche hasta donde pudimos… una vez en el aeropuerto compré una tarjeta telefónica y me la pasé conversando con ella hasta que llegó la hora de abordar el avión… el trayecto y la llegada hasta mi casa, incluyendo una aburrida escala de cuatro horas en Panamá, pasaron esta vez sin sobresaltos…


Posteriormente ella también emprendió el regreso y cuando nos vimos al siguiente día para ir a cenar, sacó de su bolso un libro que compró en el aeropuerto… me platicó que debido a que llegó muy temprano a la terminal aérea, se metió a una librería y se encontró con varios textos, entre ellos una rarísima edición del libro “Casandra” de la filósofa y ensayista alemana Christa Wolf, cuya reciente traducción al español estaba siendo exageradamente cacareada en el medio literario chileno…

Así que hizo la adquisición para tener qué leer durante el vuelo… sin embargo, una vez en el avión, me confesó, le entró la melancolía y sin más consiguió una pluma con una de las azafatas, tomó el libro de Christa y antes emprender el vuelo se puso a escribir en todos los espacios que las hojas impresas le permitían el texto más apasionado que una mujer me haya dedicado…

Entre mis risas de siempre por sus inigualables ocurrencias, tomó el libro y me lo entregó a manera de regalo al tiempo que me decía: “es tuyo… finalmente todo lo que está ahí lo escribí para ti”…

Me quedé más que emocionado con el texto en mis manos, viendo su portada (una serie de nubes iluminadas por un potente relámpago) y después revisando la información sobre la sobria edición: lo había publicado la editorial Cuarto propio... pero lo principal: aguantándome las ganas de empezar a leerle en ese momento…

Sin embargo, ahí no terminó todo ya que sacó de una bolsa de plástico un par de libros que también me entregó y cuyas portadas de inmediato revisé: “La noche del Aguafiestas”, una novela del cubano Antón Arrufat (quien en aquella época todavía disfrutaba de las consecuencias – principalmente fama - de haber ganado el Premio Nacional de Literatura de Cuba), regalo que me dejó gratamente sorprendido por su exquisito gusto al escogerlo…

El otro era “El orgullo del Espíritu” de Rosemary Altea, el cual debo reconocerlo me dejó extrañado: la escritora es entre otras cosas médium y por la particular historia de su lejana vida (por aquello de que es inglesa), siempre me ha llevado a tomar mis precauciones con respecto a sus propuestas…

Revisé de nuevo la portada y al leer la sinopsis descubrí que era recomendado por el psiquiatra Brian Weiss (a quién a su vez ya le había leído varios textos)… levanté la vista y ante mi mirada de extrañeza ella levantó los hombros y torció sensualmente los labios con una discreta sonrisa, gesto ante el cual no me quedó más remedio que darle al libro el beneficio de la duda…

Finalmente ella puso su mano derecha sobre el libro de Christa Wolf y agregó: “no me importa que seas de los que no les gusta que rayen los libros… no tenía otra opción si quería dejar constancia de lo que me estabas provocando en ese momento”… a lo que le respondí que ante tan emotivo obsequio no podría de ninguna manera cuestionarle el atrevimiento de haberlo mancillado con su letra… 

Y desde entonces conservo cuidadosamente el texto en mi envidiado librero… incluso cuando después de tantos años me sigo cruzando con esos ojos de iris tono amarillo, uso esos instantes como pretexto para releer una vez más aquellas palabras agregadas en un libro…

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